miércoles, 22 de septiembre de 2010

Tocar

Tocar, de Jan Saenredam (1565-1607).

No toques con las manos las cosas que ves que son contagiosas porque rápidamente puedes ser presa de un mal mayor.
 

Me emociona tanto saberte de aquel lado, la remitente de mis pensamientos. Ni siquiera sé si existe en ti la misma afinidad, pero la que me produces es enorme, un gusto en crescendo por tu persona, por tu figura núbil que se me antoja dulce. Y aunque esto sea escandaloso es también irrefrenable.
        Retengo tu hálito en estas letras-celdas. Yo también quedo atrapado en mágica perspectiva como esas Manos dibujando de Escher que se reinventan mutuas, emergiendo a la vida en simbióticos trazos. A lo mejor apareces finalmente entre mis manos y lo cambias todo.







 


Esta realidad que no me permite ponerme en sincronía contigo. Ayer pasé el día asesinándome para echarme unos pesos a la bolsa y buscando un acta prófuga que necesito para viajar a Argentina. Entre todo este remolino de suciedad que me acompaña pensaba en ti como un oasis, en qué escribirte por tu cumpleaños, cómo devolverte algo por tus palabras y tu existencia mágica que compartes. Atolondrado pensaba que hoy era ese día, a la mejor por quererle dar una cábala interpretación a las cosas y magnificar las hartas coincidencias que ya nos unen. Estaba equivocado desde el principio, ahora estoy muy atrasado y ninguna cuenta me saldría airosa, existencia inútil que a veces me postra






 

Aveces creo que lo me dices es tan verdadero como esos edificios que impiden mi vista. Y me gustaría responder omnisciente que te comprendo o no contestar nada y simplemente callar, dejando que las cosas pasen, admirado por el límpido colorido que destellas cuando te acercas. Como un colibrí revoloteas en mi imaginación y tus palabras que envuelven es cuerpo que respiro y beso.





 


No me gustaría espantarte,
por eso casi ni respiro.
Y en cada paso me acerco
sintiendo tu tranquilidad,
tu ansiedad curiosa y repentina
que asalta gatuna la espina dorsal,
acalambrado el pensamiento, 
perdido en fausto abrazo mortal.

A veces retrocedes,
alejándote sultana,
trotando sobre nubes de algodón de dulce,
te vas asqueada
por tanto maloliente roedor-hombre-gusano de cola movediza.
Me dejas quieto como una estatua de sal.




 

No entiendo esta foto, parecen tus rodillas y el músculo peroneo largo lateral acabado en tobillo.
Silueta centrífuga el de tus piernas juntas.
Piel suave, descubierta,
es arena ardiente entrando a los sentidos.
Hechicero rostro el de tu piel sin velo,
mi calendario porno y estampilla de santa en mi bolsillo.








Qué puedo decirte,
sólo hemos experimentado la evocación de las palabras. Arrojados desde las nubes.
Tomados de las manos.
Sintiendo como se rompían nuestras espaldas,
creyendo que nos crecían alas.
          Amor, esa era la única palabra que escuchábamos.
          Amor, era lo único que teníamos...
          Nos precipitábamos en un abismo.








Aquí estoy, paralizado como frente a un semáforo en rojo que me detiene, quizá salvado de un percance o no y ya estoy atropellado mortalmente, sintiendo una mezcla de escalofríos en el pecho. Y que el aliento, ese que era capaz de retener, hoy se me escapa como un pedo vergonzante. Rojo en todas partes y el corazón explotando de debilidad.









Sigo pensando en tu voz española, caudal de agua que se desliza, que acaricia las piedras y los helechos nativos.

Sigo pensando en vuestra voz, arrullo del mar de un caracol en el oído.

En recorrido lento al eco arcaico sigo es tu voz, y mi voz un caracol grávido de indio.

 


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